"LA LUZ ES COMO EL AGUA" resumen.

El cuento es una fantasía de cómo unos niños sacan un chorro de energía, un chorro de luz de unas lámparas y pueden "navegar" en ese chorro como si fuera agua y al navegar pueden encontrar un mundo de objetos que no encuentran en la realidad.  El autor del cuento le dice a los niños que aprovechen la fantasía para hacer lo que quieran con el chorro de luz que sale de las lámparas y los niños se desbordan en su fantasía. Ellos deciden compartir el "descubrimiento" del chorro de luz con sus amigos del colegio y todos terminan muertos en una fiesta que organizaron en casa. Los padres nunca sabían lo que los niños estaban haciendo porque siempre los hermanos trabajaban en sus experimentos los miércoles, ya que ese día los padres se iban para cine.

ANÁLISIS DEL CUENTO 

La historia sucede en Madrid, ciudad mediterránea. Los niños son inmigrantes colombianos que vienen de Cartagena de Indias, ciudad que si tenía mar. Las ganas de navegar impulsan a los niños a desarrollar la idea que les da el narrador, quien a su vez la tomó de un seminario de poesía. Antes de la tragedia, realizan exploraciones para rescatar objetos perdidos que se veían con la inundación de la luz, todo esto mientas los padres cada miércoles van al cine.
Los niños dominan el arte de navegar la luz a escondidas de sus padres, por lo que se arriesgan a bucear en el flujo luminoso. La tragedia se da porque los niños quieren demostrar este descubrimiento a sus compañeros de colegio, quienes no tenían equipo de buceo para estar sumergidos. Toto y Joel, morirán también porque su reserva de oxígeno se agotará en el tiempo que transcurren encerrados en su departamento del quinto piso.
La luz fluye hasta copar el departamento y presionar las ventanas para caer a la calle, y pasar por una avenida. Los niños comparten su descubrimiento y su tragedia con la ciudad. Su diversión no tiene la intención de generar la muerte de los otros niños, ni su suicidio. La luz es una proyección del intelecto humano, lo que las personas pueden descubrir en un momento de iluminación lo comunican a sus amigos voluntariamente y a la ciudad accidentalmente.  
La niñez: La infancia es la edad en que se puede creer en la magia, por la disposición de los niños a salirse de la realidad expresando sus sueños durante la vigilia. Toto y Joel son niños aplicados en el colegio, con talento suficiente para alcanzar los máximos honores y con inventiva precoz para capitalizar el descubrimiento que les da el narrador de que “La luz es como el agua, uno abre el grifo, y sale”. La niñez experimenta con los objetos cotidianos para fines subordinados al juego.
Aún el estudio está subordinado al juego, los niños no pierden su deseo de fantasía ni de aventura por su dedicación al estudio. Esta solo busca que sus padres les compren el bote y el equipo de buceo. Los niños no llegan a una madurez propia de un científico consumado por dominar el flujo de la luz, sólo lo capitalizan para liberar su deseo de jugar. La niñez es la edad del juego y en este cuento el juego se mezcla con la aventura hasta llegar a las últimas consecuencias.
Toto y Joel son niños curiosos que ansían llegar al mar, para ello logran la equivalencia de la luz y el agua. Su impulso es irrefrenable, si hubiesen estado cerca del mar hubiesen navegado y buceado en agua también. Su momento de aventura les exige privacidad, la navegación del flujo de luz se realiza durante la ausencia de los padres. Los padres son muy serios, solo consienten por la oferta de estudio. No pueden participar de la exploración porque no lo podrían creer.
Los padres: Los progenitores de estos niños representan su enlace con el mundo real, no necesitan interrogar a sus hijos, consienten sus caprichos convencidos del desarrollo de su capacidad para el estudio. La madre es la única que duda, que ve innecesario el gasto en bote y equipo de buzo, por carecer de un fin práctico. Los padres al dejar a sus hijos sin vigilancia los miércoles, los entregan al mundo de la fantasía, el que los absorbe y los pierde hasta la muerte.
Estos padres solo han fallado a sus hijos al sacarlos de la cercanía del mar, no saben que pronto encontrarán un substituto para el agua en la corriente que dejan escapar de las bombillas eléctricas. Serán responsables de no poder vigilar la canalización de la fantasía de sus hijos. Cuando se den cuenta del rumbo de sus experimentos, será muy tarde, la luz y la fantasía ya se habrán desbordado. Ellos son espectadores de la ficción del cine, mientras sus hijos si actúan en su fantasía.
Los padres pierden sus hijos, porque ignoran que los han entregado a un mundo desconocido de magia. La poesía es la única verdad incuestionable, se cumple el consejo del narrador, porque es un postulado poético. Ni los niños ni los padres son versados en poesía, no saben como manejarla. Los padres y el narrador contribuyen a la experiencia de los niños, se supone que el narrador es amigo de los padres. Al final todos creen el portento, los padres y el narrador.
Conclusión: La verdad poética es un arma muy poderosa en manos poco experimentadas, por ello los niños penetran a un mundo maravilloso que no pueden controlar. Estos niños guardan silencio de su hallazgo en la escuela y el hogar, cuando comparten su secreto mueren por agotárseles el oxígeno de sus tanques de buceo y sus amigos morirán por carecer de equipo. La magia ocurre entre niños, porque es la edad en que hay credulidad para asumirla verdadera.
Los niños acaban con sus camaradas de colegio por irresponsabilidad, no por maldad, los otros pequeños ven por primera vez el prodigio y no estaban preparados para sobrellevarlo. Mueren los niños cuando el portento alcanza su máximo, en el momento en que toda la ciudad conoce de este suceso.

Puedes consultar el link http://www.arealibros.es/cuentos/la-luz-es-como-el-agua-de-gabriel-garcia-marquez.html


Resumen:
En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.
Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.
-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.
-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.
Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.
-El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.
Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.
-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?   -Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está.
La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.
Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.
-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.
De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.
-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.
-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel. -No -dijo la madre, asustada-. Ya no más. El padre le reprochó su intransigencia.
-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.
Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.
En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.
El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.  -Es una prueba de madurez -dijo.  -Dios te oiga -dijo la madre.
El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.
Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.
Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.

Imagen tomada de: http://blogsdelagente.com/mariopaz12/clicks-v/

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